Vivienda Tradicional Agropecuaria
Las viviendas tradicionales agropecuarias -datadas en su mayoría entre siglos XVIII-XIX- se encuentran diseminadas por todo el pueblo (aunque con mayor presencia en la periferia este) confiriéndole un marcado carácter rural. Se trata de casas populares construidas en piedra, de una planta y, a menudo, con un pajar adosado. Las de dos plantas son ya de principios del XX. Las fachadas de las viviendas, normalmente revocadas, carecen de ornamentación, predominando el macizo sobre el hueco. Las ventanas, reducidas en número, eran pequeñas para conservar el calor en el invierno y protegerse del calor en el verano. Las vigas maestras eran de madera de álamo y los tabiques se hacían con adobe, que es una mezcla de barro con paja.
Estas casas solían disponer de una sala central, más bien alargada, rodeada de pequeñas habitaciones, además de la cocina con su tradicional chimenea de campaña y un horno de leña para hacer el pan. Eran de viviendas en las que los espacios auxiliares como el pajar, la cuadra y la leñera, ocupaban más superficie incluso que la destinada a vivienda propiamente dicha. El piso superior o “cámara” al que se accedía por unas escaleras, comúnmente de madera de pino, hacía las veces de granero.
La estrada a las dependencias agropecuarias se efectuaba por el típico portalón de dos hojas, cuyo tamaño debía permitir la entrada de un carro cargado, aunque disponían de una pequeña puerta para permitir la entrada de personas, sin necesidad de abrir todo el portalón. En cuanto a su construcción, tienden a la sencillez y suelen estar construidas en piedra unida con argamasa. Sus interiores son diáfanos y destacan los pilares de madera que soportan la cubierta. El tradicional pajar, a modo de altillo, quedaba por encima de los pesebres.